12:32:00

El chicle Chevere...

Publicado por ERICK CENTENO |

Fue un golpe seco y duro. Mi cabeza cambio de órbita mientras una especie de película a cámara rápida pasaba por mi mente; videoclip sin música de la noche anterior.
-Carajo...Mira las cosas que tengo hacer por ti-Dijo en tono implacable, mientras yo trataba de retornar al viejo sofá de su habitación-.Cecilia llegara en cualquier momento y no quiero que te encuentre aquí.
Creo que no se había dado cuenta como fui a dar al suelo, que había sido solo cinco segundos antes que entrase ala habitación y que no era uno de sus gatos de mierda para dormir allí. Desde la alfombra llena de pelo gatuno todo se veía diferente, ella parecía una gran jirafa caderona, pero jirafa al fin, caminando con ropa interior de un lugar a otro buscando no se que.
-Bea, ¿sabes algo de un tal Mariano Salas?-Pude decir mientras retomaba postura con el estomago lleno de aire y bilis.
-Pastillas de mierda, donde las deje?-Renegaba mientras repasaba paso a paso las cosas que hizo llegando de la calle hasta ese momento.
-Tengo que entrevistarlo, creo que da clases en la escuela, su familia es muy pudiente y no se, pensé que tu vieja podría darme algún dato.
-Y por que no se lo preguntas a ella huevon, sabes que estamos distanciadas y no hablamos desde que llegue de Argentina, además quien no conoce a Mariano Salas, trabajo con el en la curaduría de mi exposición-.Sorpresa, sorpresa a lo Ricky Marti pensé, mientras me encajaba las botas antes de buscar el cuarto de baño.
El timbre sonó en su intercomunicador. Nos miramos fijamente a través del espejo del baño y le propuse contestar.
-Deja. Debe ser Cecilia- Respiro profundo y miro por la cámara del artefacto.-Negra ya bajo, dame cinco minutos, solo cinco.-Siempre me molesto que estos pituquitos de mierda negrearan ala gente que no se asoma a su color.Buscó debajo de la cama y sacó los jeans del día anterior, mientras ensayaba una especie de contorsión escapista para vestir sus largas piernas blancas.
-Me ducho y me voy, aun tengo un par de horas antes de llegar ala redacción, hoy entrara una nueva fotógrafa así que quiero evitarme el formalismo de las presentaciones-.Aclare mientras buscaba en Google información de nuestro famoso amigo.
-Mira Gustavo, solo cuarenta y cinco minutos y te vas, mi viejo tiene llave de este departamento así que quiero evitarme mas problemas.
Era inevitable seguir con mirada voyerista tan compleja coreografía al vestirse, entrando y saliendo de su habitación, echando en su boca la pastillita blanca del aquel blister rosado de treinta huequitos calendario que tanto buscó.
Un portazo sentenció mi soledad, espere sentado dos minutos antes de ver por el balcón del doceavo piso como rodeaba el wolsvagen gold 97 de su amiga y perderse en el hormigueo de esta gran ciudad. La vista desde aquel lugar era impresionante, era para sentirse por encima de los demás, trate de buscar algún referente de mi barrio pero la Lima nublada de Julio puso acento a mi ridícula existencia.
Cuarenta y tres minutos exacto cruzando la avenida, no cave duda que tendré que buscar algo que hacer para matar el tiempo, la redacción debe estar llena de sapasos y yo con esta cara. En este barrio no hay periodiqueros de esquina ni juguería de mercado para sentarse a huevear, solo hay corredores fashion y chiquillas de cabello mojado tomando taxi para no llegar tarde ala universidad.
-Disculpe señora, ¿sabe por donde pasa la línea setenta y tres?-.La doña miro mis botas con cara de asustada y dio un suave paso al costado para seguir haciendo mear su diminuto can.-Viaja sorda-. Murmure mientras mordía el cartón de un chicle, esos que te hacen sentir CHEVERE.
!Hello Moto! mensaje de texto al celular....RECOGEME EN LA ESCUELA A LAS SIETE. AUN TENGO CARAMELOS DE MIEL ENTRE LAS MANOS...TE PROMETO UNA CITA IDEAL...BEA. ¿Donde había escuchado eso antes? pensaba mientras desataba los auriculares de mi Ipod cortesía de mi última quincena. No se. Ese chicle si que te hace sentir CHEVERE.
-Señor cuanto me cobra a la altura de.....
EL PERRO AZUL-Lima/11/3/09

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8:58:00

Parece Mentira

Publicado por ERICK CENTENO |

I want the one I can’t have – The Smiths


Los momentos en que se comparten las alegrías entre dos amigos íntimos casi no tienen comparación. Llega a la puerta de mi casa, toca el timbre, cuando le abro no se da tiempo ni para saludarme, solo me comienza a contar, con rostro brillante y excitado, acerca de cuando se la encontró en el centro comercial, ambos estaban perdiendo el tiempo, comenzaron a conversar y hacerse bromas; sin saber como, dos cuadras adelante ya iban tomados de la mano y rumbo a casa de ella. Yo le pido que se calme y más detalles, comparto su dicha, pero el casi ni me oye y continua diciéndome como disfruto los besos en la sala, como apagaron las luces aguantándose risas nerviosas e intercambiando miradas de morbo, para luego encontrarse casi chocando en la penumbra, acariciarse sin pudor alguno y copular a un ritmo irracional, salvaje, hasta satisfacer todos sus deseos y quedar exhaustos.
Parece mentira, solo de un día para otro lo veo cambiado, con una actitud diferente. Casi sin saber que más decirme, compartimos esos silencios que solo están hechos para que los amigos se comprendan sin decir una palabra; le pido el nombre de ella, único error que desbarata el momento, pues me dice el nombre de quien ocupa mis sueños y deseos más íntimos, de aquella con quien yo esperaba hacer algún día lo mismo que él. Creo que empiezo a odiarlos...

JUAN PRETEL 1997
Gracias Juan por colborar con este humilde espacio...


6:30:00

Beatriz,huevon Beatriz...

Publicado por ERICK CENTENO |

BEATRIZ HUEVON, BEATRIZ
Entonces la vi saliendo del bar, tenía los pies muy blancos, como si el verano de ese año no se atreviera a besarla. Ese día, festejaba mi cumpleaños treinta y dos. Juan Carlos infaltable me esperaba en la última mesa, esa que siempre sucumbía ante las cuchilladas de sol que salían despedidas del gran ventanal.

-Puta madre Guatavo...Muchachito apago su celular-. Sorbió Juan Carlos, secando el último vaso de cerveza sobreviviente entre sus manos.

-Pide dos cervezas mas-.Atine a decir, mientras espiaba sobre mi hombro, deseando que esos pies blancos retornaran al par de escalones que desglosaba la pequeña puerta del bar.

-Creo que ese huevon no quiere contestarme el celular. Anoche hubo concierto, seguro que vendió toda la vaina, debe estar cargadaso de billete...puta madre ya nos cago...

-Ya huevon.... pareces angustiado.

-¿Así? Sonrió Juan Carlos a media boca.-Bien que te ponías locaso cuando te ibas de encerrona al hotel con Mariana, hasta le hacías comprar la vaina. Esa comadre si que era de puta madre.

-Si huevon, tan de puta madre que me corto la espalda, como para nunca olvidarme de ella. Así termine inconscientemente saboreando angustias que quise canjear al instante por un par de malos recuerdos.

-!FELIZ CUMPLEAÑOS COMPARITO!..CREÍSTE QUE ME HABÍA OLVIDADO, YA VERAS EL REGALITO QUE TE TENGO. La emoción de Juan Carlos me estallo ala altura del oído, mientras los noventa kilos de mi mejor amigo, ensayaban una especie de llave cariñosa con mi espalda.

-Gracias...gordo...gracias..Pude lograr decir, volviendo a respirar.

-SI, GRACIAS TOTALES VIRGENCITA -Repetí a lo Cerati.-GRACIAS TOTALES POR EL MILAGO...

Pies blancos, había vuelto sobre sus pasos al bar, parecía que algo se le había extraviado, buscaba entre la gente mientras su cabello ensortijado, largo y rojo caía escoltando las pecas sudadas de su pecho, hablo de sudor limpio y frío, ese sudor de cuerpo recién terminado de amar.

-Guztavo...Beatriz llego ayer de Buenos Aires para exponer en Lima, y esta semana le propondré matrimonio.

-¿Como?, ¿quien? Pregunte, tratando de recordar el nombre de la ciber novia tantas veces mencionado, tantas veces escrito en estos seis meses de paja cibernética por el Messenger.

-Beatriz, huevon Beatriz...pronuncio mi amigo con voz bajita, mientras jalaba una silla para que pies blancos le tomara de la mano y se sentara con nosotros a festejar mi cumpleaños....
EL PERRO AZUL-Lima/9/2/09
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7:44:00

Sin mirar Atras

Publicado por ERICK CENTENO |

No sé cuándo empezó todo esto. Hace dos años que no consigo trabajo y mi vida se ha ido deteriorando poco a poco, lentamente, sutilmente, hasta convertirme en esto que ahora soy: un triste y pobre remedo de mí mismo.

Silvana sonrió tras el teléfono: te veo en media hora en el McDonald´s, y después... ya sabes.
Ahora tendré que ir a toda prisa por la avenida, atravesar corriendo el Central Park, cruzar rápido a la vista de todos los que mendigan un poco de afecto. Johny me mira y sonríe con displicencia (quizá con envidia), corro como un demente entre los árboles, sabe que veré a Silvana y que de ella dependen los dólares para seguir viviendo. La señora Carlson me saluda a duras penas levantando el brazo (¿o pedirá ayuda?); desde ayer sigue tirada entre los arbustos. Los negros de la octava creen que acabo de robar algo, mi velocidad es espeluznante, como el pavor al hambre. Todos están tranquilos. Saben que tengo novia y que además me mantiene porque lo ha gritado en medio de la avenida cuando le pedí unos dólares para cerveza. Saben además que le gusta el sexo que tenemos porque se los he contado con detalles. Les mostré algunas fotos, para qué mentir. Sexo fuerte. Rico. Sin ascos. Sólo sensaciones límite. Polos opuestos, dicen. A veces me pide que la abrace muy fuerte, pero no puedo. La ternura la olvidé en alguna parte y no me interesa recuperarla. El tiempo corre y yo también. Llego a la pileta. Roy y los italianos me hacen señas, pero hoy no quiero ir de putas. Sólo quiero llegar al maldito McDonald´s y devorar una de sus asquerosas ofertas.
Hace cuatro días que no veo a Silvana y hace cuatro días que no como. Bebo cualquier cosa y observo las formas de las nubes. Ayer descubrí un cocodrilo en el cielo. Quisiera ser un cocodrilo para matarla a dentelladas. Pero estoy tan débil que fácilmente se haría un par de botas y una cartera con mi pellejo. Por eso sigo corriendo, sólo unos metros más.
Frankie me saluda desde el hidrante donde mean los perros, me hace señas con una botella sellada de vodka, hoy tampoco beberé contigo, hermano, sólo quiero comer. Cruzo la avenida, el parque es enorme. Estoy sudando, me demoré cuatro minutos. El tráfico es endemoniado a esta hora, dos cuadras más y ya, ya la vi. Ahora tendré que oírla gritar por media hora más antes de hincar los dientes.

Grita, grita y grita. Ya sé, ya sé que soy un mantenido, que estás cansada de darme de comer y que te da vergüenza que no tenga ni unos centavos para el pan, pero todo esto va a cambiar, ya te lo he dicho, sabes que cuando me indemnicen del army, todo cambiará, entonces te compraré la maldita cadena McDonald´s para que te la metas por el culo, con todas sus salsas, pero ahora sólo cómprame la oferta, por favor, que tengo hambre.
Pide lo que quieras –dice sonriendo- hoy vendí tres... Ya no la oigo, el hambre es un zumbido que quiebra mis oídos, me siento mareado, veo las pizarras multicolores con comida en letras. Ya sé: quiero... Pero ya pidió por los dos y, como siempre, me toca la peor de todas: llena de pickles, salsa de tomate y tamaño junior. Sabe que odio esa oferta, que me irrita el estómago y me produce gases. Pero ella paga. Igual me la comeré. Comería lo que sea, incluso esa mierda de hamburguesa. Ella comerá un plato especial que de sólo verlo me hará odiarla más. Esta noche te golpearé tan fuerte las nalgas que no podrás sentarte en días, ya verás... y como...
Ella habla y habla. Si el cartón no hiciera daño me comería la caja, y el sorbete y el vaso de tecknopor. Me quedo de hambre. Salimos. Me mira y sonríe. ¿Estás lleno? Sí. Pero sabe que no es cierto. Detiene un taxi y viajamos al hotel. Lo paga con un Roosevelt. Da propina. Entramos al edificio justo cuando el ascensor abre sus hojas y me empuja dentro. Ya me tiene. Me besa con la lengua fuera de control. No quiero ni tocarla. Me vuelve a besar, baja por el cuello, huelo a sudor pero parece no importarle: levanta mis brazos y aspira mis axilas. Muerde una tetilla, aprieto los labios. Sigue besando y lamiendo. Se arrodilla y juega con mi bragueta. La abre mirándome fijamente y cedo. El deseo crece con violencia. Siento su boca y cierro los ojos. El placer inunda mi cuerpo y el ascensor se abre. Ella sale corriendo tomada de mi mano. Estoy en el pasadizo con la pieza fuera. Quiero guardarla pero ella se divierte viendo cómo, poco a poco, con el aire ajeno del corredor, mi moderada vanidad se sonroja y empequeñece, tímida, derrotada.Busco las llaves y entramos. Me tira al suelo de espaldas, ahora ella tiene el control. ¿Alguna vez lo perdió? (¿Dónde lo perdí?) Nos arrastramos por el suelo sucio, el polvo se adhiere a mi espalda húmeda, se levanta la falda y retirando apenas su trusa con el dedo índice, se sienta sobre mi resucitada virilidad. Comienza a moverse en círculos, me araña el pecho, gime como una loca, cierra los ojos, se estira los pezones con fuerza y tira la cabeza hacia atrás, quiero ponerla boca abajo pero me gana, me ganan las ganas de sentirla y viene, ya viene, no pienso, ya viene, falta poco. De pronto ella se pone de pie. No estuvo mal –dice agotada- ¿Te veo mañana? Se peina frente al espejo. Busca su bolso mientras sigo tirado en el suelo con la pieza al aire y el orgullo frustrado. ¿A la misma hora? pregunta. Me abrocho los pantalones y salimos juntos.
El ascensor baja lentamente, enciende un Lucky, salimos del edificio. Me besa y se va. Corro tras ella. La alcanzo a unos pasos ¿Me regalas cinco dólares? Tuerce la boca y mirándome con desprecio abre su cartera. Busca entre el fajo de billetes. No tengo cambio –dice y se marcha. No importa, ya le saqué veinte mientras se peinaba. Veo a Frankie que en la acera de enfrente, me hace señas con la botella sellada de vodka. La observo alejarse y detener un taxi. Frankie insiste desde lejos. Cruzo la pista en dirección opuesta a Silvana y avanzo, sin mirar atrás.

16:03:00

Nada que Hacer

Publicado por ERICK CENTENO |

—¿Aló? —contestó.

—Aló. ¿Carolina? —se escuchó una voz de mujer.
—Sí, ella habla.
—Hola, habla Gina, la amiga de Sandra... Nos conocimos antes de anoche, en su reunión. ¿Te acuerdas?Carolina pensó. Hizo memoria y se acordó. Sandra las había presentado en su cumpleaños y habían pasado gran parte de la noche conversando, bebiendo juntas.
—¡Ah!, hola, Gina —dijo Carolina al fin—. Ya me acordé ¿cómo estás?
—Ahí bien. ¿Qué haces?—Nada, viendo tele.
—Oye, que tal si vamos a la playa.
—Bien. Bacán.
—Entonces, te paso a buscar en veinte minutos. ¿Te parece?
—Okey. Pero, ¿tienes mi dirección?



—Sí. Sandra me la dio.—¿Ella va?
—No. Dice que tiene que estudiar, que mañana tiene examen.

Carolina colgó el teléfono. Por un instante dudó, se acordó. Gina y ella conversando, tomando, le había caído bien. Abrió el closet y buscó su ropa de baño. Se lo puso. Y encima ¿qué? Sacó un polo y un pareo. El polo largo hasta los muslos. Se lo amarró para que no cayera, el ombligo quedó al aire. Abajo, el pareo. Entró al baño y terminó de acicalarse. Listo. Regia.

Esperó diez minutos. La casa sola, no había nadie. Sonó un claxon. Se asomó. Era ella, la reconoció. Estaba en un Civic rojo. Subió al carro y la saludo. Dentro se sentía el olor a Hawaian Tropic. Gina puso primera y arrancó.
—¿Adónde vamos?
—Al sur. ¿Te parece?
—Sí, bacán. ¿A qué playa?
—Primero vamos a punta hermosa, comemos algo y de ahí nos vamos más al sur. Conozco una playa donde va poca gente —dijo Gina y subió el volumen de la radio.

Llegaron a Punta Hermosa y la playa llenecita: tablistas con pelo largo y quemados por el sol. Chicas lindas y bronceadas. En playa blanca sólo señores y gente bien. Al lado, playa negra, se notaba la diferencia. Más gente y de todos lados, mezclados. Se sentaron en un restaurante y pidieron cebiche, choritos y cerveza.
—Esta playa siempre para llena, acá sólo vengo a comer —dijo Gina.
—Yo no vengo mucho acá. Paro en Santa María.

Pidieron otra cerveza. Se tomaron cuatro grandes. Cuando terminaron de almorzar se dieron una vuelta por el malecón. Ambulantes en el suelo vendían chaquiras y esas cosas. Eran la una y el sol mataba.

—Vamos a meternos al agua —dijo Carolina sofocada por el calor.
—No, espera vamos a la playa que te digo, acá hay mucha gente.

Subieron al carro. Salieron por las estrechas calles de Punta Hermosa, a la carretera. Pusieron la radio a todo volumen. Ya en la carretera Gina pisó el aceleredor a fondo. Para el camino cervezas en lata, infaltables.

—Oye, Carolina, me caes bien— dijo Gina de repente. Estaba alegre. La cerveza había hecho efecto—. Eres de puta madre.
—Tú también.

Hubo un silencio. En la radio tocaban Mr. Jones de Counting Crows. Gina tarareaba, mientras Carolina prendía un cigarro.—¿Tienes enamorado? —preguntó Gina de repente.

—No. Tuve uno pero ya rompí con él hace como dos meses —dijo—. ¿Y tú?—Yo hace como un año que estoy sin ninguno —dijo Gina con un gesto de desagrado—. Los hombres son unos imbéciles.
—...
—Y, tú. ¿Eres virgen? —Preguntó Gina abrubtamente. Sin voltear, con las manos firmes al volante y sin mirarla.Carolina abrió los ojos. Se sorprendió. Volteó, la miró.
—Sí quieres no me respondas. Es sólo curiosidad.
—No. Normal. No hay roche.
El carro iba rapidísimo, cientocincuenta kilómetros por hora, fácil.
—¿Entonces?
—Sí. Es difícil de creer, pero sí, soy virgen.—No te pierdes de mucho. No es nada del otro mundo. No era lo que yo me imaginaba cuando lo hice por primera vez. No sé por qué. Tal vez fue él. Dicen que eso influye. No sé.
Este es el lugar, dijo Gina. Viró el timón hacia la derecha. Entró. Un ingreso entre dos cerros. En el suelo un cartel que no se entendía lo que decía. Los desniveles de la pista hacían que el carro se tambaleara. Gina estaba muy atenta al volante. A la derecha un cerro, a la izquierda también. De frente sólo el camino que parecía hacerse infinito. Llegaron a una curva. La dio con cuidado, pero a la vez con destreza. La conocía. La pasaron y ahí estaba: el inmenso mar y la arena candente por el sol. Carolina admirada por el paisaje sonreía. Gina dejó el carro lo más cerca posible a la playa. Era grande con la arena fina y limpia. Cuando se estacionaron se percataron de que en la playa no había nadie, eran las únicas.

—¿Qué tal? —le preguntó Gina, mirándola, con una sonrisa en la boca.
—Maldita.

Bajaron del carro. Gina que estaba con el pelo amarrado se lo soltó. Se sentaron en el capot del carro, cada una con su cerveza en la mano. La radio, a medio volumen, se dejaba escuchar. Después nada, sólo mar, sólo arena y las gaviotas, que no eran muchas. El sol se hacía sentir. Con más fuerza, quemaba. Gina terminó por quitarse el polo que traía encima y quedó solo en bikini: ¡mierda qué calor!. Carolina hizo lo mismo.
—Vamos a bañarnos —dijo Gina.
—Espérate, déjame acabar.Terminaron. Las latas vacías en una bolsa. Del carro sacaron las toallas y los bronceadores. Llegaron y tiraron las toallas. <>, dijo Gina y se metió al agua, Carolina la siguió.
—Qué rica está.
—Sí. Riquísima.

Luego de un rato Carolina salió del mar. Se echó en su toalla. Gina seguía en el agua. Al poco rato salió. Carolina que estaba apoyada en sus codos se percató que no traía nada arriba. Miró abajo y tampoco, traía su bikini en la mano. ¿Que haces, oye, estás loca? Gina la miraba y se reía. Carolina podía ver sus pezones pequeños y rosados, su sexo casi lampiño.—¡Vamos! Carolina, acá no hay nadie.
—Pero, igual...
—No seas rochosa. Quítatelo.
—No...
—Vamos, oye. No sabes lo que te pierdes, bañarse así es lo más rico que hay.

Gina regresó al mar, así, desnuda. Carolina se quedó sentada, vamos anímate, no seas tonta, si no hay nadie. Que chucha, pensó. Desnuda ya, se fue al mar, ahí Gina se bañaba de lo más normal. Cuando se dio cuenta de que Carolina venía desnuda también, no se sorprendió. La miró con atención: sus senos eran más grandes y los pezones erguidos. Su figura impecable.

—Vez qué rico es bañarse, así, sin nada.
—Sí. Es riquísimo.
—¿Nunca lo habías hecho?
—¿Bañarme desnuda? No.
—Yo siempre que vengo acá, hago lo mismo.
—Qué loca eres.
—Te hago una carrera —dijo Gina.
—¿Qué? —se desconcertó Carolina.
—Sí. Haber quién llega primero a las toallas. Una, dos...Tres.

Salieron corriendo. Gina le sacó una pequeña ventaja, pero al final llegaron casi igual. Riéndose, se sentaron en las toallas. En ese instante hubo un silencio perpetuo. Miraban al horizonte y veían cómo brillaba el agua que reflejaba la fulgurante presencia del sol. Sus rostros, y en general todo el cuerpo estaban quemados por el sol. Rojas y aún más bellas.

—Tienes los senos grandes —dijo Gina rompiendo con ese silencio de una forma repentina.
—Sí, pero tú también los tienes grandes.
—Mira a mí me han dicho que los tengo grandes y ahora me vienes tú con ésos; me cagaste, pero me gustan mucho.
—¿Los tuyos?
—No, los tuyos, pues.

Cuando le dijo eso ambas se miraron. Carolina se puso más roja de lo que estaba, de vergüenza. Y no le quedó otra más que reírse.
—¿Puedo tocarlos?—¿Qué cosa? —preguntó Carolina ingenuamente.
—Tus senos.
—Pero..
—Vamos sólo quiero sentirlos un rato, deben ser suaves.
Carolina se dejó tocar. Sintió una sensación agradable en su cuerpo que la hizo tirarse en la toalla. Gina encima de ella, la seguía tocando.
—Espera un momento —dijo Carolina.
—¿Qué pasa?—No sé. Es que...
—Si no quieres la dejamos ahí.
—No...Y se besaron en la boca.
—Oye... —quizo intervenir Carolina.
—¡Shh! —la cayó Gina.

La toalla arrugada. Medio cuerpo dentro y la otra mitad afuera, en la arena. Los pies de Carolina subían y bajaban, haciendo un zanja en la arena. Gina encima, su pelo rubio le caía en la cara, le molestaba. Ella se lo ponía detrás de las orejas, pero era inútil. Carolina abajo, dejándose. El sol le daba en la cara, a medias, Gina lo obstruía. La brisa alborotaba sus cabellos. La empezó a besar, primero por la frente, la boca, luego bajando, los senos, los pezones grandes y rosados. Cuando llegó al sexo, lo vio: limpio, puro, de una virgen. Sacó la lengua, entró. A Carolina se le escarapeló el cuerpo, vibró. Sus ojos cerrados y la cara de satisfacción. El ruido del mar se confundía con los gemidos leves. Carolina se levantó, quedó sentada. Su espalda daba al mar. La abrazó, sus lenguas se juntaron. Los senos unidos parecían soldados. Con una mano se tocaban abajo y con la otra se abrazaban. La arena quemaba, pero ellas no sentían. Frotaron sus sexos. Las piernas entrelazadas y los dedos metidos. Se movían. Los gemidos aumentaron y el mar ya no se escuchaba. Estaban empapadas de sudor y los sexos mojados. Habían terminado, exahustas.

El sol se estaba poniendo y las dos dormían, tiradas en la arena. Gina se despertó primero, al ver la hora se metió al mar y, retornando, se cambió. Se acercó donde Carolina y la despertó. Carolina abrió los ojos. Vio la cara de Gina. Confundida le preguntó la hora.

—Son las seis y media.
—Que tarde es —dijo Carolina estirándose.
—Anda enjuágate para irnos.Cuando terminó de enjuagarse, se dirigió al carro donde estaba Gina sentada al volante.
—Estoy algo mareada —dijo Carolina.
—Yo también, debe ser porque hemos tomado y hemos dormido.Gina abrió la guantera de su carro. Sacó una pequeña envoltura, la abrió. Sacó una tarjeta de crédito y vació un poco del contenido.
—¿Qué es eso?—Coca —le respondió Gina, mientras se metía su primer tiro.

Gina le paso la tarjeta a Carolina y ella la imitó. Luego de un par más, se fueron de la playa. En el camino iban escuchando música.

—Oye, no le vayas a decir nada de esto a nadie. Es sólo para las dos.
—No. No te preocupes —dijo Carolina, sobándose la nariz.

El camino de regreso ni se sintió. Estaba oscureciendo y habían pocos carros, hasta Punta Hermosa; ahí el tráfico aumentó.
Llegaron a la casa de Carolina. Estacionaron el carro a unos metros de la entrada y Gina nuevamente sacó el cloro.
—Un par más para acabarlo —dijo.
—Rápido que nos pueden ver.Se metieron como tres tiros cada una.
Se terminó.
—Me voy —dijo Carolina mientras recogía sus cosas.
—Límpiate la nariz que la tienes blanca —se rieron.
—Chau, Gina, gracias por todo —y la besó.
—Chau, Carolina, el próximo domingo te busco o si no te llamo antes.

Carolina se bajó del auto. Echó seguro a su puerta y la cerró muy suavemente, tan suave que la puerta quedó mal cerrada. Gina la volvió a abrir y la cerró bien. Caminando muy rápido Carolina se dirigió a la puerta de su casa. Sacó de su bolsillo las llaves y se le cayeron al suelo, con mucha dificultad pudo agacharse a recogerlas. Vio la hora: eran las nueve de la noche. Entró y de frente se fue a su cuarto. Su madre estaba en el living viendo televisión.

—Hola hijita, ¿qué tal te fue? —dijo ella mientras seguía viendo como Michael Douglas se seguía tirando a Sharon Stone en Bajos Instintos.
—Bien —le contestó Carolina pasando directo a su cuarto, sin ni siquiera darle un beso.

Entró a su habitación y se echó en su cama, boca arriba. Tenía los ojos más abiertos de lo normal, se sentía extraña, estaba dura. Se paró y empezó a caminar. Fue al baño y se miró en el espejo, estuvo ahí como media hora, inmutable. Regresó y se echó de nuevo en la cama, quería dormir, pero no podía. Decidió tomar unas pastillas para conciliar el sueño. Recordó que su madre tenía unas en su cuarto, ella siempre las tomaba porque sufría de los nervios. Fue sin que su madre se diera cuenta y cogió dos. Se metió al baño y las tomó con agua de caño. Volvió a su cama y se echó, esperando que hagan efecto. Sentía que su corazón quería salirse del pecho, pero no se asustó y trató, con todas sus fuerzas, de dormir.

Al día siguiente se levantó tarde. No había nadie. Siempre salían más temprano que ella. Vio la hora: la una. Se dio cuenta. Había perdido sus clases de las diez y también iba perder las del resto del día. Sentía que le fastidiaba la nariz. Decidió meterse un baño de agua helada para quitarse la resaca. Su cuerpo rojo le ardía, estaba con erisipela. Cuando salió de la ducha, se acordó, recién, de todo lo que había pasado el día anterior. Mientras se secaba recordaba más. No se lo podía creer, se sentía extraña, muy confundida. Terminó de secarse y, completamente desnuda, vio su cuerpo en el espejo de su tocador. Vio su linda figura y sus grandes senos. Luego se echó en su cama y viendo el poster de Christian Slater con el torso desnudo, se masturbó.

14:28:00

Amor Bizarro

Publicado por ERICK CENTENO |

La muchacha atravesó la cafetería por entre las mesas. Vestía de negro y su cabello caía negrísimo sobre su espalda. El sonido de sus botas era rápido, pero acompasado. Llegó hasta el muchacho y le soltó una bofetada. Todos voltearon a mirarla, sin embargo ella seguía imperturbable. El chico sólo atinó a levantarse y al ver que ella se disponía a salir, la siguió como un esclavo. Era un muchacho de porte atlético y con el cabello rapado. Vestía una camisa negra, un jean desteñido y unas tejanas. Cuando llegaron a la salida, él la cogió del brazo derecho:-¿Estás loca o qué te pasa? –alcanzó a decir enérgico.-¿Qué hacías con esas tipas? –preguntó la muchacha acercándole la cara lo más que pudo. ¿Convenciéndolas para que posen en tus cuadros?-No son tipas, son compañeras del instituto.-¿Y qué hacías con ellas?-Nada, conversando.-¿Conversando?-Oye, no empieces con tus celos enfermizos que ya no tenemos nada entre nosotros.-Necesito hablar contigo.-Yo no tengo nada de que hablar.-Es la última vez.-Mira, desde que dejamos de vernos estoy muy tranquilo y quiero seguir así.-¡Carajo! –se desesperó la muchacha y sacó una navaja. O me das unos minutos o te jodes conmigo.-Está bien, déjame sacar mis cosas –dijo el muchacho pensándolo bien.
Salieron del instituto y se dirigieron hacia el malecón. Llegaron hasta el Parque del Amor sin hablar. Se sentaron en una banca frente al mar. En unas losetas del parque leyeron: “El amor es eterno mientras dura”. Se miraron durante unos segundos y no atinaron a decir nada. La neblina de la tarde no les permitía apreciar el horizonte. Ella encendió un cigarrillo y expulsó la primera bocanada casi sobre el rostro del chico. Aún conservaba esa mirada entre cándida y melancólica que la diferenciaba de cualquier belleza ordinaria.-¿Cómo has estado? –le preguntó él, intentando ser amable.-Bien, tratando de arreglar mis cosas.-Cómo te fue en la clínica.Ella miró hacia un lado como distraída y se frotó las manos con cierta desesperación. Le incomodaba la pregunta viniendo de él, que sabía muy bien cómo la había pasado en aquel sanatorio.-¿Todavía tienes el descaro de preguntarme cómo me fue en esa clínica? No te basta con saber que estuve encerrada todo ese tiempo por tu culpa –dijo ella casi alterándose.-Oye, no me culpes de nada, la única culpable de todo eres tú.-Sigues tan sinvergüenza como siempre. No has cambiado nada.-No empecemos, por favor. ¿Qué querías hablar conmigo?-Nada en especial. Venía a decirte que voy a viajar a Miami y antes quería despedirme. Tengo una tía que me ha conseguido un trabajo allá y ya estoy un poco cansada de este país de mierda. Pero, a pesar de todo lo que ha pasado, yo sigo sintiendo algo muy especial por ti y no quería irme sin antes decirte algunas cosas que durante todo este tiempo he pensado.-Y, ¿cuándo viajas? –preguntó el muchacho para que ella no se pusiera nostálgica.-Pasado mañana.-¿Tan pronto?-Sí, pero… ¿por qué no vamos a tu casa y conversamos más tranquilos? –le dijo ella acercando los labios a su oído.-No podemos, están mis padres.-Bueno, vamos a otro lugar.
No pudo negarse a la oferta: ella seguía siendo una perversa tentación. Además ¿qué perdía? Era la última vez que la vería, nunca más lo iba a joder. Abordaron un colectivo y fueron a un lugar cercano que durante mucho tiempo les sirvió para sus encuentros amorosos. El cuarto del hotel era amplio y tenía un pequeño balcón que permitía apreciar los últimos momentos de la tarde. Él la desvistió con una destreza que no había olvidado a pesar del tiempo transcurrido. Ella se entregó disfrutando cada momento como si fuera el último. Descansaron casi toda la tarde y antes del anochecer salieron del lugar. La muchacha le pidió su teléfono para llamarlo cuando llegara a tierras norteamericanas. Él chico anotó el número en un boleto de autobús.-Ayúdame a tomar un taxi –dijo la chica con un tono de súplica.-Ojalá que todo te vaya bien –dijo el muchacho a manera de despedida.-¡Ah!, me estaba olvidando algo –le dijo con un gesto de despistada mientras abordaba el vehículo. Lo que te dije sobre el viaje es un cuento, no tengo ninguna tía en Miami, así que espera mi llamada. No creas que te vas a librar tan fácilmente de mí.
Él no se inmutó. Torció sus labios dibujando una falsa sonrisa y la miró como queriendo estrangularla. ¡Loca de mierda! –pensó-, te jodiste, el teléfono que te di no existe. Apresuró el paso y respiró la brisa nocturna que se extendía por las calles. El viento helado refrescó sus mejillas. Sacó un cigarro de su bolsillo, lo encendió y arrojó el humo, complacido, en un chorro profuso hacia arriba.



11:10:00

Lateando

Publicado por ERICK CENTENO |


Primera foto
De repente todos volvieron sus rostros hacia la derecha. Un acto de cardumen que se orienta.

Pero David se fijó en una pareja de casi viejos que, entre sonrisas y caricias, venía por la vereda discutiendo cordialmente. Al parecer, el casi viejo, con una terca pero serena convicción, aseguraba algo que su mujer no admitía.

Los otros estaban impresionados con ese Mazda RX7 que se había estacionado veinte metros más allá, y ahora evaluaban sus líneas aerodinámicas y sus llantas radiales, pero el auto como tema se acabó de pronto, salió de foco cuando de él descendió esa hembra vestida para matar, toda de negro y minifalda, que los atrapó en la red que eran sus curvas, justo cuando el casi anciano, en segundo plano, inclinó su cuerpo y abrazó por debajo de la cintura a su mujer y la levantó en vilo, cuando los otros (en el primer término) notaban que al volante iba alguien envidiable, de quien veían solamente un impecable terno azul y una corbata roja. Pero David, como siempre, había hecho close up con otro tema y tenía cubierto casi todo el cuadro de su atención con la estampa de esos dos viejos que se hacían arrumacos en la calle. Se dio cuenta de que ella, la casi vieja, se aferraba a los hombros de su marido -o su amante, quién podía saberlo-, zozobrando, riendo nerviosamente, temiendo el contrasuelazo, pero confiando en la última ternura, mientras el rubor trepaba a sus mejillas y durante unos segundos, sus pies revoloteaban como mariposas, suspendidos en el aire. Luego, delicadamente, el tío la hizo aterrizar, miró a los ojos de la mujer y diciendo algo acercó su rostro y dejó en sus labios un beso que ella correspondió con el recato de una adolescente. Enseguida continuaron su camino, abrazados, sonrientes, plácidos, como si acabaran de hacer el amor.

David comentó algo sobre la curiosa perduración del amor a fuerza de cariño, deseo y cojudeces que a uno se le ocurren para hacer la relación más interesante.Sus amigos resolvían un asunto crucial: ¿será o no, el Mazda, la mejor máquina actualmente en el mercado?

Sin duda el Mazda, dijo David retornando al rebaño.

Segunda foto

Un vaso de plástico va de mano en mano perseguido por una botella de "Pablito": líquido naranja, combinado de pisco y maracuyá y unas pastillas de mejoral, según sostiene el mito de su contundencia.

Un patrullero cruza la esquina, lentamente, y es como si fuera la señal de Batman. La mitad de los muchachos se interna en la quinta que hay al lado.

Pasa un minuto y ellos siguen allá, en la oscuridad. Luego, Vampiro, el primero, asoma su torcida nariz y pregunta ¿ya se fue?

Marita lo sigue, a dos pasos, agazapada y sigilosa.

David sabe que lo hace de estúpida que es. La cosa no es con ella. Nadie tiene nada contra ella.

-¿Por qué te sigue Marita, Vampi? ¿Este es un caso extraño de solidaridad sin motivo? -pregunta David.

-No te pases de pendejo, Picapedrero -refunfuña Vampiro.

David lo chequea, sonriendo. No le teme, aunque le conoce el prontuario: un paquetero cualquiera, aunque diga que la nariz torcida es una herida de guerra ganada en Lurigancho, de donde se sale -todos lo saben- sin nada ya qué perder.

Coco aparece después. Mira a todas partes, algo pálido. Se ha llevado un susto, es evidente.

-Ya estás jodiendo otra vez, Picapedrero -dice Coco.David sonríe.-Tú sabes, amiguito, que contigo no pasa nada -dice David.

Tercera foto
Querer y poder.Suelen decir muchas cosas al respecto, pero la vida no es una balanza. No es que esto es negro y esto es blanco. Hay más: un infinito de tonos intermedios, según cómo alumbre el sol.

Querer llevarme a Marita y poder llevármela son aspectos del mismo fenómeno. Bastaría conversarle de cualquier cosa que ella no entienda. Pero eso la espantaría. Quizá invitarla a recorrer vericuetos de hilaridad trepados en hierba. Pero probablemente le atraería más humear en pasta, fumar, fumar, fumar hasta la angustia, droga cojuda, hasta la modorra. ¿Bastaría procurarla, como a cualquiera? Nada con decirle -en realidad, nada con decirme-, Marita, te llevo cinco años, cómo es posible que tengas quince con ese cuerpazo. Nada con esos argumentos que urgen los escrúpulos, porque entonces surgen los tonos intermedios, esos tres mil doscientos kilos de remordimiento pegajoso que terminan siempre por asexuarme, a mí, que siendo Escorpio, predico la promiscuidad.


Cuarta foto

El aburrimiento, viejo amigo, llegó con la pasmosa lentitud de un ómnibus que se espera y como no viene lo hace pensar a uno que es mejor regresar a casa, porque nada justificaría ni la tardanza ni el aburrimiento, y en eso allí, el ómnibus, fatal como el aburrimiento.

El Chato Alejandro recibió besos de las chicas y abrazos de los patas.David se escabulló, se fue del grupo sin saludarlo. Ninguna bronca de por medio, una simple falta de ánimo para los abrazos saturados de hipocresía, eso era todo.

Los dejó sentados, con otra botella de Pablito, en el muro de la vieja que últimamente ya no los botaba, ¿se habría muerto?

¿Dónde ir a patear latas?

David caminó pensando en eso.

Tarareó canciones que no conocía, no le importaba, inventaba las letras. Bajó por la avenida San Felipe, subió, volvió a bajar, ahora por la alameda sin vereda. Se le humedecieron los botines de gamuza con la frescura del pasto. Luego, sentado sobre cualquier murito de jardín, vio que furtivas cabezas se asomaban, preocupadas, a ventanas super azules de pura radiación televisiva. Vigilaban su sospechosa presencia creyendo que él no los veía. Pero David los veía y los torturaba quedándose un poco más, mirándolos de vez en cuando directamente a la cara, para que pensaran que podía volver con una escopeta recortada o con un hacha filuda con la que no les dejaría una sola extremidad sujeta al torso.

Pero al cabo de unos minutos se le acababa la cuerda, abandonaba esos lugares y emprendía una vez más el lateo. Finalmente, no le interesaba mortificar la paz de esas personas que se procuraban una derretida tranquilidad detrás de sus paredes, frente a sus televisores.


Quinta foto

Regresó como recogiendo sus pasos. Decidió por fin quedarse en la casa de Miguel, que esa noche había organizado una fiesta. Era universitario. David pensó que tenía ganas de conocer a una muchacha politizada, de izquierda o de derecha, de lo que fuera, pero que defendiera algo.

Encontró a Coco parado en la puerta, recostado contra una de las jambas. De lejos, era apenas perceptible su ebriedad. Pero de cerca no quedaban dudas. Ese vaivén, esa inestabilidad lo delataban: el pisco, el mejoral o lo que mierda le metieran al "Pablito" le había sancochado los sesos. En la mano derecha sostenía un vaso lleno de cerveza, sin espuma, como si hubiera estado allí mucho rato. En la izquierda sostenía una botella.-¡Coco! -saludó David y le miró los ojos que ahora parecían un par de vidrios resquebrajados y recorridos por riachuelos de sangre muy líquida. Una breve humedad, sobre su barbilla, se rompía en brillitos.

-¡Salud! -dijo Coco y secó su vaso baboseando el borde; así se lo alcanzó a David.

David inspeccionó el ambiente. Salvo Miguel, el anfitrión, y Coco que más bien parecía no existir, no reconoció a nadie y eso le pareció sorprendente.

Habían arrimado los sillones contra las paredes y las sillas también. Sentada, una muchacha se abanicaba con la envoltura de un viejo long play "Slade en vivo". Tenía cruzadas las piernas. David la desnudó con los ojos, imaginó que le quitaba la minifalda y lamía sus muslos bronceados. Esto le provocó una erección.

Mientras tanto, Coco había hablado. Dijo algo sobre la vieja amistad que los relacionaba y otras nostalgias de la niñez. La ternura, una especie de desolación, lo tenía cogido del culo. David comprendió que con él se aburriría.

-¡Vampiro dijo que te crees la cagada! -comentó Coco-. ¡Ellos qué saben de lo que tú eres capaz! ¿Te acuerdas cuando trajimos esa piedrota desde la playa?

-¡Cómo lo hicimos! ¿No?-

Todo para que la quebraras en dos, huevón -dijo Coco.

-¡Sí, qué huevón fui!, esas piedras de la playa no sirven y ya no me interesa la escultura. Aunque un día deberíamos conseguir otra piedra igual de grande para esculpir tu cabeza.David volvió los ojos a la fiesta y le pareció muy extraño que no hubiese nadie del barrio. Era extraño, porque hacia las fiestas tenían la misma actitud que las moscas hacia la mierda.

-¡Coco, oye, mira, allá adentro hay una tipa que me tiene enfermo! Toma -le devolvió la botella y el vaso-, ya vengo, ¿ya? ¿Por qué no entras?


Sexta foto

Fue cosa de acercarse y decirle: si fueras un poquito, solamente un poquito más bella, tendríamos un horrible vacío aquí en la fiesta. Ella lo miró como se mira a un mago y le dijo con una sonrisa persistente que no le entendía absolutamente nada. Entonces David explicó que Jesús murió en la cruz a los treinta y tres, pocos años después de comenzar su prédica, poquitos. Los eclipses los ve uno desde un mismo lugar cada trescientos sesenta años, y el noviazgo es siempre la parte más pequeña de una relación. Ella rio y fue como si le brotaran mariposas amarillas. ¿Estás loco?, preguntó ella. No, contestó David, soy lo más cuerdo que existe sobre la tierra. Luego agregó: hasta ahora, porque comienzo a sentir, segundo a segundo, que una fuga de cordura me está desquiciando, y todo por ti, porque estoy enloqueciendo de sólo amarte.

Después bailaron, después bebieron, siempre entre risas y frases extrañas. Bailaron abrazados una balada. Se miraron, se olieron. Un temblor en él, simulado, patrañero. ¡Estoy temblando!, dijo David. No te cre..., a la ninfa se le truncó la frase porque era evidente que David temblaba, lo sintió. ¿Por qué tiemblas? preguntó con una preocupación de madre. David dijo: no me creíste, ¿no? Bueno, no me creas, pero es verdad, te amo.

Más tarde fue cosa de acompañarla a su casa y luego besarla suavecito, sin precipitaciones, nada de estirar la mano y agarrar una teta, porque la historia es rosa, porque ella es rosa y porque más adelante habría tiempo de cambiarle el color, como siempre, al relato. Pero ahora consistía en llenarla de ternura. Una ternura que la muchacha de los muslos dorados correspondió maravillosamente.

"Un día que vengas por la mañana, dijo ella, quiero enseñarte un nido de golondrinas que hay en mi azotea". "¿Tuyo?", preguntó David. "No, no, respondió ella, de las golondrinas."


Sétima foto

La garúa incluso puede ser romántica. Pero hay que examinar los contextos. Allí está la garúa, acariciando el cuerpo de Coco. Nada raro, hasta allí, porque también a ti te acaricia y te humedece el rostro, los cabellos, la ropa. El asunto es que tú la recibes verticalmente, mientras Coco lo hace paralelo a la línea del horizonte. Te preguntas ¿y qué puta hace tirado en medio de la calle? Refunfuñas porque sabes bien lo que se te viene encima, sabes bien que, claro, tienes que llevarlo. Te sientas a su lado y traes su cabeza hacia ti. ¡Qué huevón eres!, le dices. Entonces te acuerdas de cuando él tenía catorce años y tú doce, y cuando te enseñó a fumar, y la primera borrachera con ese trago dulce, Guinda de Huaura, apestoso y denigrante trago para adolescentes que no aguantan la cerveza ni el pisco. Piensas que si no hubiera hecho algo por ti, en aquella época, ahora sería uno más de los chicos del barrio, tan despreciados por tu petulancia. ¿Te conmueves? ¿Pero es verdad que te conmueves? Basta ya, demasiadas preguntas. Habías rebobinado el cassette y él tenía catorce años. Recuerdas su faceta despiadada, su relación con el anciano decrépito y enfermo que era su padre. ¿Pero era en verdad su padre? Aquel viejo caminaba arrastrando unos enormes zapatos de costuras remendadas, era alto y viejo, con enormes ojeras, el pelo desgreñado, la ropa sucia. En cambio, la madre de Coco no debía de tener más de treinta y cinco. ¿Ese viejo lo había procreado? ¿Esa mujer dormía en la misma cama que ese viejo?

Era posible que no fuera su padre, decían; y, sin embargo, cuando el viejo murió todos vieron a Coco llorarlo, como si fuera de verdad su hijo, como si nunca hubiese venido por detrás, en la calle, a jalarle el pelo, a burlarse de ese esperpento que no parecía tener ninguna capacidad de reaccionar, como si lo hubiesen lobotomizado.Y ahora, allí, bajo la garúa, salta a tu cuello un nudo que estrangula tu garganta, y hay demasiada humedad en tus ojos. ¡A la mierda con que se ensucie el jean, y te sientas a su lado! ¡Cuántos habrán pasado junto a él y lo han dejado allí!

Te duele eso. Pero te jode aún más sentir que la puta sensación que experimentas se parece a la que sientes cuando ves una película cursi. ¡Qué más da! Le cierras la camisa para no verle más esa panza que siempre se rasca, un viejo tic que no reprime. Esa panza, ahora crecida, que le quitó la sombra de Quijote que tenía antes de que lo metieran a la Infantería de Marina. No era una gran barriga, era como un bulto en un mástil, como un árbol embarazado. Un Quijote-Panza, claro, aunque ahora parecía ya no haber nada que lo empujara, ahora que los molinos son de Nicolini y las dulcineas no existen. Ahora que su madre había muerto después de que un coágulo de sangre en el cerebro la hizo chillar y escandalizar al barrio los últimos meses de su vida, que se los pasó ebria y llegando a su casa en el auto de cualquiera, porque sabía -el médico se lo había dicho- que un día el televisor iba a apagársele para siempre. Aquella noche Coco había salido del cuartel para estar en el velorio, y sus compañeros de armas habían hecho una guardia de honor. Pero Coco no volvió con su patrulla. Se quedó en el barrio. Compró mucho pisco y mucha pasta y se lo fumó todo en su casa vacía.

Ahora lo jalas hasta apoyarlo contra la pared. Luego metes tus brazos por debajo de sus axilas y lo alzas con fuerza, poco a poco. Consigues poner tu hombro contra su estómago y dejas que se pliegue, como un saco de arena sobre el hombro de un obrero. Pesa el cabrón. ¿Cuántos kilos se traen en un metro ochenta y cinco?

Caminas puteando cada dos pasos. Decides que la esquina será tu primera parada. Descansarás allí. Cada paso retumba en tus sienes como un batir de tambores de hojalata. Hilos de sudor bajan de tu cabeza. Se filtran a tu boca por las comisuras de los labios, también a los ojos por los rabillos y te arde. Llegas a la esquina, te acercas a la pared y lo paras contra ella. Dejas que se deslice, lentamente. Termina sentado en el suelo. Das vueltas, llenando de aire tus pulmones. Tus pulsaciones recobran su ritmo normal. Siempre recobraste la normalidad muy rápido. Eras un buen fondista en el colegio. De pronto, Coco larga una metralla de frases ininteligibles. Abre los ojos y mira sin mirar. "Quiero morir", dice. ¿Quiere morirse? Es eso lo que dice, "quiero morirme, quiero morirme", musita lastimosamente. Por qué diablos recordarás cosas tontas en circunstancias como ésta: "la plañidera, la plañidera, un violín, en el otro salón..." Coco es la sustancia que en este instante coagula toda tu realidad, te obliga a olvidar esa vieja y melodramática canción, y ahora lo ves que intenta incorporarse, "quiero morir", repite. Torpemente consigue ponerse de pie. Da uno, dos, tres pasos y se va para abajo. Lo sostienes a tiempo para evitar el contrasuelazo. Intenta zafarse de ti y lo intenta nuevamente, ¿te divierte? Camina, cuatro, cinco, seis pasos y se va contra un montículo de arena. Al lado hay un teléfono público. Ahora Coco se sostiene del poste, luego de la cabina y consigue erguirse. Lo miras, te sientes incómodo, patético, ridículo. Peor aun cuando comienza a darse de cabezazos contra la cabina, que felizmente es de fibra de vidrio. De todas maneras debe doler. Pones una mano entre su frente y la cabina, y él no se percata de que está estrellándose contra la palma de tu mano. Su arrebato suicida dura un par de segundos más. En el último impulso se va para atrás y cae en cruz sobre la arena y otra vez se queda dormido.

Con mucha más dificultad que al principio lo vuelves a trepar sobre tu hombro. Has avanzado diez metros cuando la luz de un reflector te cae de lleno por detrás. Ilumina tu camino y te proyecta en una esbelta sombra de cuatro o cinco metros. No te detienes, no lo puedes hacer, lo sabes de sobra, allí atrás está el patrullero y no puedes detenerte, y por eso apuras el paso, faltan solamente cincuenta metros para llegar a tu casa, Coco, solamente cuarenta y cinco y ahora...

-¡Ey, tú, párate!

"Estoy parado, huevón, estoy parado", dice tu cabeza. No te detienes, te haces el sordo. Falta poco, Coco, nadie te molestará en la casa de tus abuelos, puta que pesas Coco, ya estamos llegando.

-¡Alto, carajo! -grita de nuevo el policía y te agarra por el cuello de la camisa, con violencia.

Casi te hace caer. Recobras el equilibrio. La furia ha trepado a tus ojos, pero sabes que debes tener tacto, no dejar que te irriten, manejar la situación como lo hace un camionero en falta. No por ti, por Coco. Piensas en los pocos metros que te faltan y entonces mientes.

-¡Ah, jefe, eran ustedes, felizmente, pensé que nos querían asaltar!

-¿Qué le pasó a ése? -refunfuña el policía

Cada segundo que transcurre Coco te pesa dos kilos más.

-Se pasó de trago, jefe, lo llevo a su casa para que se duerma.

-A ver, súbelo al patrullero.

-¡Gracias, jefe, no se preocupe, aquí nomás vive!

-¡Súbelo al patrullero, imbécil, o crees que te vamos a hacer un taxi!

Miras al policía con toda la rabia que habías agazapado. Caminas hacia la pared y lo dejas contra ella, descuidadamente. No puedes evitar que se dé un porrazo. Felizmente la pared parece de quincha, en fin.

-¿Quieres llevártelo? -le dices al policía, sonriéndole - ¡Allá está, súbelo tú!

-¿Qué pasa? -pregunta otro policía, aproximándose.

-Nada, que aquí hay un malcriadito.


Octava foto

Al final del pasillo, David distinguió un patio lleno de gente. Los policías lo metieron en la oficina del comisario. Antes que él habían entrado dos taxistas que, por lo que escuchó, habían chocado.

-¿Y éste? -preguntó un policía gordo sentado detrás de un escritorio con las puntas desconchadas.

-Un pendejito, mi Comisario.

-Un vivo de la vida más... -dijo el Comisario mirándolo con desprecio, aburrido. El policía contó su versión de las cosas.

-Eres un payasito, un rebelde eres... -dijo cuando acabó el policía.David sonrió.

-¿De qué te ríes, imbécil? -vociferó el comisario.

-Esta hinchazón de mi cara me da cosquillas...

-¡Cállate! -ladró el Comisario, exasperado. Se metió un dedo a la oreja derecha y lo agitó con fuerza.

-¿Así que no quieres decirnos cómo se llama tu amiguito? -dijo el Comisario.-No sé cómo se llama.

-Lo llevabas cargado ¿no?

-Sí ...-

Y si no lo conoces, ¿por qué lo hacías?

-Me lo estaba robando.El comisario se puso de pie con violencia y golpeó el escritorio con las palmas de las manos. Uno de los guardias se acercó por detrás y golpeó a David en los riñones. David se dobló de dolor. Sintió miedo y rabia. El Comisario gruñó que se lo llevaran. Los subalternos lo tomaron de las axilas y obedecieron.

-A ver si una noche en este hotelito le quita algo de su cojudez al chistoso.

-Sé de otro a quien se le va quitar la cojudez cuando lo manden a Huancavelica a criar chanchos. No sabes con quién te has metido -gritó David.-¡Este cooounchasuumadre! -masculló el Comisario.

Los policías y David recorrieron un pasillo de unos diez metros y doblaron a la izquierda. Entraron a un ambiente apenas iluminado que apestaba a sudor y pies sucios.-¿Te diviertes, no huevón? -dijo el policía que lo había golpeado en la espalda y que antes le había hecho el moretón en la cara con la cacha de su revólver-. Así que tienes vara. Y seguro vas a ir a llorarle como una niñita.

El policía sacó unas llaves, abrió un candado, jaló una puerta y empujó a David hacia el interior. Una ácida tufarada hirió su olfato. Mismo Papillon, pensó David. De repente, una risa cachacienta, conocida, rompió ese pegajoso silencio lleno de murmullos.-Ja -rio alguien sin ganas-.El pi-ca-pe-dre-ro está aquí.

Los ojos de David se acostumbraron a la penumbra apenas iluminada por la luz que venía del pasillo y que se filtraba por una ventana que daba al patio donde estaban todos los otros que la policía había recogido de las calles. Sintió alivio de no estar solo en esa fétida mazmorra. Uno a uno reconoció a los de su barrio, típica noche de batidas. Vampiro estaba allí, desolado. ¿Le habrían encontrado algo encima? ¿Otra vez estaba camino a Lurigancho? ¿Lo violarían una y otra vez como decían que ya había pasado? ¿Tendría humor para decir: soy un hombre probado, porque yo perdí y no me gustó?

-¿Qué te pasó en la cara? -preguntó el Chato Alejandro.

-No es nada, Chato -dijo David-. Y gracias por la preocupación, venga para acá, pé mi Chato. Chupé de tu trago, pero no te dije feliz cumpleaños. ¿Qué tal la estás pasando?Alguien rio, un desconocido.

Coco roncaba, a un costado, sobre el suelo. Alguien le había hecho una almohadita con periódicos.

-¡Averaveraver! -dijo David, nervioso, con unos ánimos forzados-. ¿Armamos un tono aquí ¿o no?

-Ohhh, no seas tarado, Picapedrero, siempre tienes que estar diciendo las mismas huevadas -dijo Vampi, sonámbulo, depre. El Chato se rio bajito, aburrido, y se fue a sentar otra vez por ahí, junto al resto. David hizo lo mismo.


17:07:00

Con las ganas de ti

Publicado por ERICK CENTENO |






Recuerdo que al llegar ni me miraste,
fui solo una más de cientos
y, sin embargo, fueron tuyos
los primeros voleteos.
Cómo no pude darme cuenta
que hay ascensores prohibidos,
que hay pecados compartidos,
y que tú estabas tan cerca.
Me disfrazo de ti.
Te disfrazas de mí.
Y jugamos a ser humanos
en esta habitación gris.
Muerdo el agua por ti.
Te deslizas por mí.
Y jugamos a ser dos gatos
que no se quieren dormir.
Mis anclajes no pararon tus instintos,
ni los tuyos, mis quejidos.
Y dejo correr mis tuercas
y que hormigas me retuerzan.
Quiero que no dejes de estrujarme
sin que yo te diga nada.
Que tus yemas sean lagañas
enganchadas a mis vértices.
Me disfrazo de ti.
Te disfrazas de mí.
Y jugamos a ser humanos
en esta habitación gris.
Muerdo el agua por ti.
Te deslizas por mí.
Y jugamos a ser dos gatos
que no se quieren dormir.
No sé que acabó sucediendo,
sólo sentí dentro dardos.
Nuestra incómoda postura
se dilató en el espacio
Se me hunde el dolor en el costado,
se me nublan los recodos,
tengo sed y estoy tragando,
no quiero no estar a tu lado.
Me disfrazo de ti.
Te disfrazas de mí.
Y jugamos a ser humanos
en esta habitación gris.
Muerdo el agua por ti.
Te deslizas por mí.
Y jugamos a ser dos gatos
que no se quieren dormir.
Me moriré de ganas de decirte
que te voy a echar de menos…
Y las palabras se me apartan,
me vacían las entrañas
Finjo que no sé, y que no has sabido.
Finjo que no me gusta estar contigo…
Y al perderme entre mis dedos
te recuerdo sin esfuerzo
Me moriré de ganas de decirte
que te voy a echar de menos.


12:34:00

Una amistad a prueba de lobos...

Publicado por ERICK CENTENO |

Lobo arrastraba su trineo al compás de los rugidos de sus tripas, una melodía difícil de seguir pero que finalmente lo llevaría a un pequeño restaurante cálidamente iluminado al final de la colina. “Buenas noches”, dijo muy educado al entrar. ¿Quién es?, respondieron con un dulce balido. ¡Mejor imposible! Pensó Lobo, tenemos aquí una tierna ovejita, sola en el establo, sin la peligrosa presencia de un toro o la molestia insufrible de un perro. Pero como era un tipo muy prudente pensó en que mejor sería llevársela a un lugar alejado y sordo.


Lobo le ofreció entonces un maravilloso paseo en trineo y la oferta de experimentar hermosas experiencias. “Experiencias”, caviló Oveja, “¿Dónde quedará Experiencia?... ¡Claro que voy con usted señor Lobo!”. Y durante el paseo Lobo disfrutó de la compañía de Oveja, una compañía como hacía siglos estelares no disfrutaba: amena, inocente, atrevida y francamente cálida. Pero el “hambre” es un animal terrible y le mordió las entrañas tan fuerte que casi lo desmaya. “Pobre de usted amigo Lobo, se lo ve muy mal, debe tener hambre otra vez, ¿porque no pescamos unos peces en el lago helado?” Y así los dos se pudieron a saltar la cuerda para romper el hielo con tan mala suerte que Lobo se cayó dentro y se congeló. Pero felizmente ya tenía un amigo y Oveja lo sacó, lo trepó al trineo y fue en busca de cobijo. Encontró finalmente una casa, donde lo secó al fuego y le dio un poco de vino caliente pero como el frío se le había metido en los huesos Oveja se apretujó contra él dentro de la cama.


Lobo en su desvarío sueña que se come a Oveja y aún con la conciencia brumosa se despierta sobresaltado para decirle a Oveja que estaba en peligro… que tenía que irse al despuntar el día. Oveja tiene miedo por Lobo, se lo ve muy mal y cuando al primer rayo de sol se encamina hacia su casa piensa con cariño y nostalgia en el atribulado amigo.

9:19:00

10 Razones para escribir mi blog...

Publicado por ERICK CENTENO |

1.-Hacen que cualquier taradito se alucine periodista.
2.-Son el premio consuelo de los columnistas frustrados a los que ningún periódico daría una columna ni por joder.
3.-Se escriben única y exclusivamente para poder insultar a otros bloggers y a sus allegados.
4.-Los leen únicamente los bloggers insultados y sus allegados para tener a quién responderle un triste insulto, (y existir).
5.-Tratan, casi siempre, sobre qué cositas hizo el blogger hoy, con quién se encontró, qué película vio, qué sabor de helado comió y otras huevadas por el estilo.
6.-Son el gran festival de la piratería: todo el mundo los rellena tijereteando lo que otros escriben.
7.-Los escriben presuntos próceres que pontifican sobre absolutamente todos los temas del barrio, del mundo y de la vida pese a que, casi siempre, carecen de barrio, de mundo y de vida.
8.-Hay un huevo de gente (huevera) que desperdicia en ellos el tiempo precioso que podría emplear leyendo un buen libro.
9.-Hay otro huevo de gente (más huevera) que los lee solo para no morirse del aburrimiento en sus tristísimos empleos de oficina.
10.-Y hay, por último, otro rehuevo de gente (aún más huevera) que tiene, encima, el cuajo de cobrar un sueldo por sentarse ocho horas –tristísimamente- frente a una computadora a rascárselas con una mano mientras con la otra….actualizan su bloggggggggg.NOTA MENTAL1

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